"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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20-06-2020 |
Verdad y política
Hoenir Sarthou
¿Son inseparables la mentira y la política?
Juan Carlos Onetti escribió alguna vez que la forma más repugnante de mentir es “decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos…”.
Escritor de encandilante oscuridad, Onetti pasa por haber sido un hombre descreído y escéptico, aunque tal vez fuera sólo un enamorarado de la perturbadora belleza que entraña la degradación. Sin embargo, es probable que su frase, leída hoy, tenga algo de ingenuo.
Sorprendentemente, cuando los regímenes “autoritarios, fundamentalistas e inhumanos” fueron derrocados, los movimientos opositores democráticos desaparecieron como por encanto, sin dejar rastro, y los Estados quedaron en manos de gobiernos-títeres, dóciles y dependientes ante las pretensiones de la compañìas petroleras y los gobiernos occidentales. Por esa época, Estado Islámico, una oscura organización terrorista, justificó y legitimó nuevas intervenciones directas de los ejércitos occidentales. Concluida esa etapa, con nuevos acuerdos sobre el petróleo y jugosos contratos de reconstrucciòn de lo destruido por las guerras, el mundo árabe desapareció de la prensa occidental. A nadie le interesa qué pasa en Irak o en Libia desde la caída de Hussein y de Gadafi.
“Neblinosas” quizá sea la palabra que mejor describe a esas realidades. Porque no es que uno pueda decir redondamente que son falsas, pero a la vez siente que hay algo inauténtico en toda la información y en la supuesta evidencia que recibe. Algo que no satisface, que no cierra.
El coronavirus es otro caso similar. Las idas y vueltas de la OMS, las cambiantes y contradictorias “verdades científicas” sobre letalidad, tratamiento y pronóstico, las cifras de muerte que aumentan hasta el escándalo justo en los países rebeldes ante la OMS (el virus respeta estrictamente las fronteras politicas), el abrumador tratamiento mediático, el terror, el encierro y la “nueva normalidad” como políticas globales a largo plazo en un mundo de tapabocas, distancia social y relaciones virtuales, son elementos que postulan al coronavirus como realidad intervenida, en la que es difìcil deslindar la presencia del virus de la decisión política (no necesariamente gubernamental) de instalar una “nueva normalidad” que transforme radicalmente la actitud humana ante la vida.
En Uruguay, a nuestra modesta escala, también vivimos episodios “neblinosos”. UPM2 es uno de ellos. Nada en torno a UPM2 es claro y definido. El contrato se firmó en secreto. No se sabe cuánto invertirá realmente la empresa y no se admite con claridad cuànto invertirá Uruguay. Se dice que creará puestos de trabajo, pero las cifras, según quien las maneje, oscilan entre quinientos y quince mil empleos, directos o indirectos. No se sabe a ciencia cierta si UPM concretó su Decision Final de Inversion (que marcaría la vigencia del contrato) ni cuándo ni en qué términos, ya que el supuesto documento no se ha publicado. Tampoco se sabe qué es lo que realmente renegoció el nuevo gobierno con la empresa, ya que el gobierno dice que UPM aportará 120 millones de dólares para la lucha contra el coronavirus, pero el mismo dìa la empresa emitió un comunicado en que afirma que su inversión será la misma anunciada originalmente. Reitero: “neblinoso”.
¿Cómo se crean las realidades diseñadas?
Supongamos que yo, por intereses polìticos o económicos, o por odio personal, dedicara varias de mis columnas a sostener que el presidente Lacalle es un asesino sanguinario. A él mismo y a sus amigos les sería facilísimo demostrar que miento y descalificar para siempre mi opinión.
Ahora, supongamos que dispongo de miles de millones de dólares (en Uruguay se necesitaría mucho menos), supongamos que controlo canales de televisión, diarios y radios, supongamos que puedo “interesar” a dirigentes políticos, a parlamentarios y a intendentes para que se hagan eco de mi acusación, supongamos que financio ONGs que manifiesten en la calle contra el Presidente acusándolo de ser un estanciero retrógrado, corrupto y maltratador de animales, supongamos que contrato “trolls” que reproduzcan en las redes sociales mis acusaciones, supongamos también que puedo hacer que las agencias de noticias internacionales las difundan por el mundo, y que la ONU, el FMI y el Banco Mundial miren al Presidente con desconfianza y lo aprieten para el cobro de sus créditos. ¿Qué futuro politico tendría Lacalle? ¿Cuánto tardaría en dar manotazos de ahogado y en hacer declaraciones infelices que justificaran mis acusaciones? ¿Cuánto demoraría en ser realidad lo que empezó como un diseño en mi cabeza?
La mala noticia es que existen en el mundo corporaciones y personas que tienen esos medios y los usan de esa forma. Nada es imposible en esos términos. Desde chantajear o hacer caer a un gobernante encumbrado (ni hablar de los chicos), hasta desatar una guerra o crear miedo mundial con una epidemia. El miedo y el odio son sentimientos políticamente poderosos, y muy fáciles de generar si se tienen los medios para hacerlo. Una vez impuestos, matan tanta gente como las guerras o las epidemias.
¿Hay algún antídoto contra esa clase de posverdades diseñadas?
No sé la respuesta. Sólo puedo compartir un par de experiencias.
Hace pocos días, dos de mis amigos discutían sobre cierta información relativa a UPM2. Uno sostenía que un dato numérico era erróneo. El otro se justificaba diciendo que UPM miente tan sistemáticamente que un error respecto a ella no era moralmente tan reprochable. Su interlocutor le respondió que, justamente por eso, nuestra informaciòn debía ser incuestionable. ¿Qué opinan de ese mini debate?
Eso me lleva a la otra experiencia que quiero mencionar. No es sólo mía. Todos la tenemos. ¿Quién no ha sentido alguna vez, sobre todo en su vida privada, que ciertas palabras que se le dirigen, por su ajuste exacto a la realidad, generan un efecto saneador, aunque lo que describen y revelan sea doloroso?
No seré yo quien defina la noción de verdad. Hay demasiadas opiniones sobre ella. Desde quienes la niegan y afirman que no hay verdad sino relatos, hasta quienes creen que la verdad pasa por describir en forma “políticamente correcta” al mundo, no como es sino como debería ser, pasando por quienes identifican a la verdad con su emotividad, o con la sinceridad, o con las buenas intenciones.
Hablo de otra cosa. Hablo de ese momento inefable, casi mágico, en que alguien, o acaso uno mismo, dice o se dice las palabras que dan cuenta del mundo tal como lo vivimos. Palabras que explican lo que pasa y anuncian lo que pasará sin ocultar ni forzar los hechos, sin temor a herir o a perjudicarse. Son como una lluvia torrencial en un día pegajoso de verano. Todo lo contrario de las neblinosas posverdades diseñadas, de las “fake news”, de los discursos politicamente correctos y de la manipulación mediática y publicitaria. En la vida privada, de tanto en tanto, alguien nos dice cosas como esas, aunque duelan. En la vida pública nos hemos desacostumbrado a oírlas. La demagogia, la corrección política, la conveniencia y el miedo predominan en los discursos públicos.
Aunque la o las verdades sean esquivas, también en lo público, y especialmente en lo político, el esfuerzo por ajustar el discurso a los hechos, por decir palabras que den cuenta de la realidad tal como realmente la vivimos, sin reparar en convenciones, en condenas o en reconocimientos externos, se vuelve, cada día más, una tarea política de importancia vital.
Fuente: http://semanariovoces.com/verdad-y-politica-por-hoenir-sarthou/
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